Un gran despertar espiritual en el Hemisferio Occidental
¡Qué gran honor es participar en este destacado encuentro de ex presidentes y estadistas de América Latina y los Estados Unidos, aquí, en el prestigioso Carter Center, que lleva a cabo precisamente la importante labor de un ex presidente de los Estados Unidos! En especial, quiero saludar a los expresidentes Juan Carlos Wasmosy de Paraguay, Luis Alberto Lacalle de Uruguay y Vinicio Cerezo de Guatemala, además de todos los otros expresidentes y líderes que están aquí con nosotros hoy.
Esta reunión de líderes es sumamente oportuna y reviste gran importancia.
Digo esto porque estamos viviendo un momento único en la historia de las Américas y el mundo. En este momento en que la atención del mundo se está desplazando hacia la región pan-Pacífica, el hemisferio occidental de Norteamérica, Centroamérica y América del Sur juegan un papel vital para asegurar que los principios y valores propios —enraizados en la afirmación de nuestra naturaleza espiritual como seres humanos— no sólo sean transmitidos, sino que a su vez se conviertan en el centro de cualquier esfuerzo para difundir la democracia y un sistema de libre mercado a otras naciones y a las generaciones futuras. El reto que tenemos ante nosotros, el momento que debemos aprovechar, es una oportunidad para avivar el fuego de un gran despertar hemisférico basado en valores espirituales.
Es importante reconocer que la tarea que tenemos ante nosotros no es simplemente la promoción de la democracia y el capitalismo. ¿Por qué digo esto? Porque no fue sólo el propio proceso democrático, ni el sistema de libre mercado los que moldearon a los Estados Unidos en la nación que es hoy en día. Fueron más bien sus principios básicos y valores los que le han permitido convertirse en una gran nación. Aquí en las Américas debemos estar anclados en principios y valores orientados espiritualmente, a fin de presentar un contrapeso a lo que algunos estados emergentes están ofreciendo en la actualidad.
Raíces espirituales: América del Norte, Central y del Sur
Muchos enfatizan las diferencias entre los Estados Unidos y América Latina. Sin embargo, enfocarnos en nuestras diferencias es un grave error. Por el contrario, si aceptamos que tenemos cosas en común, podemos llegar a un entendimiento correcto y a la valoración de nuestras diferencias. Las Américas, en su conjunto, tienen importantes conexiones históricas y geográficas.
Las Américas están experimentando también un sustancial aumento en los lazos étnicos. La comunidad hispana en los Estados Unidos representó el mayor bloque minoritario de votantes en las últimas elecciones aquí y tuvo un impacto significativo en carreras esenciales en toda la nación. Además, una parte considerable de los ingresos producidos mediante el arduo trabajo de esta comunidad es enviada a través de remesas a sus familias en sus países de origen, lo cual tiene un enorme impacto económico en muchas naciones.
Los lazos entre los Estados Unidos y América Latina son más importantes que nunca. Los líderes en los Estados Unidos y en América Latina deben comprender la importancia y la oportunidad que se puede encontrar en las relaciones mutuas de las Américas.
Las relaciones duraderas que den buenos resultados deben basarse en principios éticos y valores compartidos. Estos sientan las bases que fomentan el respeto mutuo, la colaboración y los beneficios compartidos. Existe un amplio terreno común para los pueblos de las Américas, y de hecho para toda la humanidad, en lo que respecta a los principios espirituales universales, transmitidos en la esencia de nuestras tradiciones religiosas.
La fe en Dios, el Creador, fue la inspiración que sirvió de guía para los pioneros en la causa de la independencia de las Américas. La expresión más importante de los principios universales como la base de la libertad humana se encuentra en la Declaración de la Independencia. Como una “declaración de la visión” de los Estados Unidos, ella afirma que: “Sostenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que están la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”. Estos elevados principios no son aplicables a los ciudadanos y ciudadanas de los Estados Unidos, sino que establecen la base fundamental de los derechos humanos y la dignidad de todas las personas en el mundo entero.
Incluso nuestros respetados presidentes, aquí con nosotros hoy, tienen que reconocer que son por sobre todas las cosas seres humanos de naturaleza espiritual, guiados por principios y valores. Esa es la esencia de nuestra humanidad. Somos seres morales guiados por una conciencia ética que ha sido parte de nuestra naturaleza desde la creación del ser humano. El mismo reconocimiento de los principios universales y espirituales que se extienden más allá de las diferencias religiosas o filosóficas es expresado en las palabras de Simón Bolívar, cuando dijo: “Jesús, que era la luz de la Tierra, no deseaba dignificación o coronas en el mundo; Él llamó a los hombres sus hermanos y les enseñó acerca de la igualdad, acerca de las virtudes civiles más republicanas y les mandó a ser libres”.
Cuando viajé a través de América Latina y me reuní con presidentes, parlamentarios y líderes de la sociedad civil, me encontré con la misma resonancia compartida, con estos principios como fundamento de sociedades justas, prósperas y democráticas. Las importantes similitudes entre los Estados Unidos y América Latina se encuentran en los valores éticos, morales y cívicos, en el llamado al patriotismo, y en la comprensión del valor de la familia.
Como hombre de fe, siento la mano de la Divina Providencia que nos conduce a una nueva era de oportunidades y prosperidad en el hemisferio de las Américas. A partir de una conciencia ética común que honre a Dios y al valor intrínseco de todas las personas, debemos ahora aspirar a construir naciones donde el respeto por la dignidad humana, el amor a la libertad, y el logro de una ciudadanía responsable puedan prosperar.
El desafío para nosotros en el hemisferio occidental de América del Norte, Central y del Sur, es unirnos para defender estos principios y valores, y sobre todo para defender la visión global de “Una familia bajo Dios”. Nuestro patrimonio común enraizado en la fe cristiana tiene un gran impacto en esta visión universal. La esencia de las enseñanzas de Jesús estaba destinada a crear una nueva conciencia ética basada en el amor verdadero, que pudiera transformar las culturas, las sociedades y el mundo. Esta conciencia ética, sin embargo, aún no se ha consolidado y se mantiene como la esperanza y la aspiración de todos los pueblos. Es por esta razón por la que se necesita un gran despertar hoy en día.
Por lo tanto, insto a los líderes de las Américas reunidos aquí a que aborden no sólo los asuntos de este hemisferio que pertenecen a un contexto económico, político o diplomático, sino también a que hagan frente a la necesidad de un despertar espiritual que eleve los valores compartidos que sean capaces de lograr una verdadera integración y un desarrollo duradero.