Consenso político en Venezuela ¿utopía posible?

Venezuela, Politica, opiteca
Por: Dariana Polo Iglesias - Venezuela
Dirigente política y activista feminista. Estudiante de Sociología en la Universidad Central de Venezuela. Con estudios diplomados en análisis internacional, políticas públicas, gobernabilidad, estudios de género y derechos humanos. Secretaria de Política Internacional de Cambiemos Movimiento Ciudadano. RRSS: @darianapoloig

Consenso político en Venezuela ¿utopía posible?

Entre las sombras de la incertidumbre, la asequibilidad de las expectativas y el afanoso llamado del deber, surge una pregunta (obligatoria) que resuena produciendo un eco sordo: ¿Es posible lograr la estabilidad y la paz en medio del cataclismo político en Venezuela?

La profunda crisis multidimensional que ha padecido Venezuela durante la última década y, cuyos orígenes datan de varios años atrás, parece ser un laberinto en el que para salir no hay que encontrar una salida, sino crearla minuciosamente entre todos los atrapados en él. Sin embargo, aunque esto suena fácil y sencillo, la realidad desafía las posibilidades de consenso respecto a cómo, dónde y con quienes crear esa salida.

Los extremismos políticos en Venezuela han llevado al país a un destino de complicado retorno. Por un lado, un férreo sector oficialista de poca apertura y mucha contundencia que, aprovechándose de los errores y debilidades de la oposición, haciendo (mal) uso de los recursos políticos y económicos del Estado y a través de numerosas prácticas y medidas represivas y autoritarias, ha tomado el control casi total de las instituciones del Estado venezolano y ha restringido considerablemente la participación política de voces disidentes. 

Por el otro extremo, un sector de la oposición que, tutelada por los Estados Unidos, se han distanciado de la templanza y han emprendido una agenda fantasiosa, polarizadora y confrontativa que, lejos de contribuir a la solución de la crisis política y de los problemas que aquejan a la sociedad, ha reforzado el odio y la división entre los venezolanos y ha frustrado las posibilidades de entendimiento entre la clase política del país. Sus estrategias dependientes del intervencionismo extranjero han demostrado –por miopes e improbables- un rotundo fracaso. Un ejemplo ilustrativo de ello, han sido las medidas coercitivas unilaterales solicitadas por este sector e impuestas principalmente por los Estados Unidos al Estado venezolano. Y es que cabe acotar que, aunque el origen de la crisis económica de Venezuela puede atribuírsele -a grandes rasgos- a la caída de los precios del petróleo, a la ineficiencia gubernamental de los últimos gobiernos (Chávez y Maduro) y a la corrupción subyacente, se hace preciso resaltar el rol de agravante que han jugado las ilegales sanciones económicas impuestas hacia nuestro sistema financiero e industria petrolera, limitando al máximo nuestro desarrollo productivo y, por ende, dificultando el flujo económico y comercial del país, lo que -en fin último- se ve cristalizado en las precarias condiciones humanitarias de los venezolanos. Estas sanciones resultan más absurdas y atroces si reconocemos que las mismas han demostrado ser un despropósito, al no coadyuvar (en lo absoluto) a la restitución democrática en Venezuela, demostrando con ello, además, el inexcusable fracaso de los Estados Unidos en su intento de árbitro de la democracia en América y el mundo.  

Y si existe un postulado certero, que es propuesto por la geometría, pero completamente extrapolable a la política, es que los extremos se tocan y el caso de Venezuela no es la excepción. La retórica de “el que no piense como yo, es enemigo o aliado del enemigo” (utilizada comúnmente por el oficialismo en su afán divisorio), ha sido la base de los ataques y descalificaciones por parte del extremismo opositor hacia las posturas autocríticas y alternativas, lo que ha derivado en que hoy existan varias oposiciones y no un sector sólido y unificado en torno a propósitos concretos, narrativas y estrategias para hacerle frente al oficialismo y, asimismo, dar respuestas al país. Como consecuencias ineludibles; la crisis de representatividad, la erosión de la legitimidad de los partidos políticos como mediadores entre el Estado y la ciudadanía y como configuradores de los debates públicos, así como la categórica desafección de la ciudadanía hacia la dirigencia política en general, sobre la cual ha reposado la responsabilidad y –yo diría- el deber histórico de reconducir el país hacia la senda de la democracia y el progreso.

Y mientras ambos polos basan su ejercicio político en la ímproba lucha por una silla, los múltiples problemas de los venezolanos siguen latentes, sin respuestas, en un segundo plano, fuera de la agenda política. Es por esto que, el sector político independiente, que marcamos distancia de los extremismos, hemos enfocado los esfuerzos en el diálogo, el reconocimiento de todos los sectores, el entendimiento y la negociación como únicos mecanismos posibles para un consenso que nos encamine hacia una reinstitucionalización pacífica, inclusiva y consistente. Y es que tomando en consideración todo lo expuesto, el objetivo central de la clase política de Venezuela, de quienes creemos y confiamos en la democracia, de quienes anhelamos un país de paz y progreso, de quienes aspiramos a contribuir a dar repuestas a las necesidades y demandas de la sociedad, debe ser la reinstitucionalización plena del país a través de un gran pacto nacional que comprometa a todos los actores, en el que se aborden las principales problemáticas que impactan a la ciudadanía y en el que se renueve la estructura del Estado, priorizando garantías de estabilidad, gobernabilidad y alternabilidad. Con ello, además, se atienden -por consecuencia- problemáticas sociales; restituyendo el rol del Estado como garante del bienestar nacional y reconstruyendo la confianza de la ciudadanía hacia la política como medio de transformación de nuestras realidades. Y aunque estos esfuerzos deben estar liderados por la clase política, resulta fundamental la inclusión y participación activa de los demás sectores del país (ONG’s, movimientos sociales, universidades, empresarios, gremios, sindicatos, medios de comunicación, etc), quienes en la actualidad cuentan con más respaldo y credibilidad social que los partidos políticos, a fin de que cada paso que se dé, cuente con la legitimidad y el compromiso social requerido para que, tanto el proceso como los resultados del pacto, estén fortalecidos, unifiquen al país y sean perdurables y sostenibles. 

Y que esto -después tantos desaciertos y decepciones- suene como una utopía es una motivación más para seguir caminando hacia ella, confiando en devolverle a la política en Venezuela el significado de “arte de lo posible”.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente al/la autor/a y no reflejan necesariamente la postura de la Misión Presidencial Latinoamericana y del Caribe, ni de la Fundación Esquipulas para la paz, la democracia, el desarrollo y la integración, ni de la Global Peace Foundation Centroamérica, organizaciones que conforman el Ecosistema para la transformación social, construyendo una región de oportunidades.

Lee el boletín deL Ecosistema
BOLETÍN INFORMATIVO MAYO/JUNIO